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julio 19, 2023 Contáctanos 0

FAMILIA DE FRANCISCA MARTÍNEZ CHÁVEZ, “DOÑA PACHITA*

Una vida de lucha y privaciones, pero también de agradecimiento

*Toda la información fue proporcionada por

María del Rosario Martínez Chávez (Chayo),

en entrevistas directas con “Mayque”.

Luis Miguel Medina Ruíz

miguelmr.luis@desanfranciscodelosadamealuismoya.org

Chayo (sentada), al costado derecho su hija Miriam, al izquierdo su hija Marlene y atrás su nieta Marlene Guadalupe.

Francisca Martínez Chávez, (Doña Pachita), nació el 11 de octubre de 1924, en El Fresno, Luis Moya, Zac., quedando huérfana recién nacida pues su madre murió en el parto. Por ese triste acontecimiento, fue criada por sus padrinos de bautismo: Matías Montelongo e Irenea Arenas.

Su primer esposo fue Patricio Martínez -hermano de Melquiades Martínez-, de ese matrimonio tuvieron 5 hijos: tres mujeres que murieron pequeñas (de viruela) y dos hombres, Javier y Lorenzo.

Luego se casó con Tacho Reyes, que fue el papá de Víctor Reyes Martínez.

Después nació Luis Sánchez Martínez cuyo padre fue un tal Antonio Sánchez.

Luego nació María del Rosario Martínez Chávez (Chayo), como el papá no la quiso reconocer, su mamá nunca le dijo quién fue; por eso llevan los apellidos de la mamá.

Casa donde vivía la familia de Don Luis Cadena y donde se ubicaba su molino de nixtamal, lugar de trabajo de Doña Pachita.

Pachita trabajaba limpiando el molino de nixtamal propiedad de Don Luis Cadena, frente al jardín Hidalgo; como no la admitían con la hija recién nacida, dejaba todo el día sola a Chayo en un cuartito de adobe, sin puerta, cerca del Mezquital, -colocaba adobes en el lugar de la puerta para evitar la entrada de algún animal-, sin atención, ni alimentación; ya que, al terminar de lavar el molino, le seguía a donde la ocuparan para lavar ropa ajena. Al regresar a la casa la hallaba toda hinchada de los ojos de tanto llorar de hambre, se quedaba dormida y volvía a despertar en las mismas condiciones; comenta Chayo: “mi mamá era una mujer sin pensamiento”, porque no se preocupaba por gestionar que la aceptaran en el trabajo con su hija recién nacida, “aunque fuera que la pusiera en una esquinita”. Para ese tiempo la familia Ruiz de la Riva, -de Doña Conchita de la Riva-, gentes de buen corazón, vivían en la casa que se ubica enfrente a la de Luis Cadena, al ver tal situación le ofreció una parte de su casa para que se fuera a vivir junto con su hija y no la tuviera abandonada allá en el monte; y así la pudiera atender de mejor manera, al estar más cerca de ella; ya que al trabajar en el molino enfrente de su casa solo le bastaba cruzar la calle. Al presentarse esta oportunidad, Chayo tendría como quince días de nacida; lo mejor fue que los Ruiz De la Riva no les cobraban renta, por el contrario, les ayudaban con alguna despensa o apoyo monetario.

Casa ya modificada, donde vivió la familia de Pachita, que les facilitó Doña Conchita de la Riva.

Doña Pachita tenía la costumbre de que siempre, al salir de su casa a trabajar, dejaba a Chayo encerrada bajo llave para que no se saliera, sus dos hermanos vivían en la calle y a veces ni a dormir regresaban a la casa. Ella platica que a veces se quedaban a dormir en las jardineras de los árboles que estaban por los arcos del billar de los Mendoza y hubo ocasiones en que Don Aureliano Ruiz, siendo Presidente Municipal, le dijo a su mamá que recogiera a sus muchachos en la noche o los mandaba encerrar en la cárcel.

Así vivieron algunos años, siempre contaron con el apoyo de la familia Ruiz de la Riva; Armando (el Mono) hijo de Conchita les ayudaba mucho con despensas y algo de efectivo, para cubrir algunas necesidades que ellas tenían; comenta Chayo: “nos miraban como familia”, añade que su mamá torteaba ahí en esa casita y se acercaban Jacinto y Armando a saborear las tortillas recién hechas, por la buena amistad que se profesaban. Fue hasta que las condiciones materiales de los cuartos que habitaban se deterioraron considerablemente y el techo estaba a punto de derrumbarse que un día llegó Jacinto, hijo de Conchita, buscando a Doña Pachita y como no la encontró le comentó a Chayo: “que, por seguridad de todos, era necesario que desalojaran el lugar, buscando otra casa para rentar y él les pagaría la renta”.

Ante esta necesidad de contar con un techo seguro para vivir, aceptaron la ayuda de Don Kiko Herrera que les ofreció hospedaje en la parte trasera de su casa, ubicada frente al Jardín Juárez, donde estaban las caballerizas, para este tiempo Chayo ya tenía un hijo: Jorge Armando Peña Martínez, que con el pasar de los años emigró a los Estados Unidos y fue un gran soporte económico para que se pudiera hacer de su casa en donde vive actualmente.

Víctor “el Negro”, muchacho de complexión fuerte y color oscuro, se fue de la casa, como a los 16 años, hacia la ciudad de México y se dedicó un tiempo a practicar la lucha libre profesional con el nombre de “Ébano Ruiz” se puso el apellido “Ruiz” en honor a la familia Ruiz de la Riva que tanto los apoyó y protegió, después cambió su nombre de batalla por el de “Ojo de Tigre”. Pero no se preocupaba por la situación en que vivían las mujeres de su familia, las visitaba muy retirado como cada 4 o 5 años, visita que realizaba de entrada por salida, el mismo día que llegaba se regresaba.

Luis, fue el más tremendo de la familia, le gustó la vagancia y la mala vida, salió a buscar la fortuna por Guadalajara, pero no logró enmendar su vivir dejando mucho que desear para terminar viviendo en la extrema pobreza e indigencia.

A estas alturas de la vida los hermanos habían tomado diferentes rumbos y no se preocupaban por las dos mujeres, las visitaban muy retirado y no aportaban ninguna ayuda económica; Javier, el hermano, fue quién se preocupó un poco más por ellas dos, trabajaba de velador en los ranchos y de vez en cuando, les llevaba productos agrícolas para su comida.

Platica Chayo que su mamá siempre decía: “…sabe Víctor, sabe aquel otro, pues que Dios me los ayude, no quieren estar con uno…”

Cuenta Chayo que, en una peregrinación por las festividades de San Francisco, un carro alegórico al pasar un tope se regresó y golpeo a Doña Pachita en la frente y el estómago, por lo que al paso de los años empezó a perder la vista porque se le desprendieron las retinas, y fue Armando -el Mono-, quien le consiguió la atendieran con el Dr. Francisco Delgado -esposo de Chayo Ocón-, sólo que el daño era irreversible y ya no fue posible que recuperara su vista por lo que quedó invidente.

Cuando esporádicamente llegaba algún hijo a visitarlas, le preguntaba: ¿Quién es? y ella le contestaba “pues es fulano”, agregando además “¿Y a qué viene a ver a la limosnera?”. Porque ella les pedía alguna ayuda y le contestaban: “no traigo, amá, nada, ni trabajo”. Ante esta terrible y preocupante situación fue Chayo quien con el sudor de su frente y trabajando duramente pudo apoyar a su mamá hasta la fecha de su muerte el 20 agosto de 2014, a la edad de 82 años.

Mujer de mucha fe en la benevolencia de Dios Padre siempre le pidió oportunidades de trabajo y las consiguió, aseando casas, lavando ropa ajena, para después dedicarse al comercio en los tianguis alrededor de trece años; luego se le presentó la posibilidad de pertenecer al ejido de San Francisco de los Adame y se le otorgó un derecho de 10.5 has, tierras que son trabajadas por el Sr. Oliverio Hernández -cuñado del Prof. Rubén Herrera, QEPD-. De un tiempo acá, el ejido le encomendó la atención de los baños públicos ubicados en sus instalaciones y ahí labora actualmente.

De su matrimonio con Isidro Román Carlos nacieron cuatro hijos: Isidro, Miriam, Marlene y Karla Vanessa.

Isidro trabaja actualmente de chofer en un camión de la línea Ómnibus de México, Miriam vive con su familia en el pueblo, Marlene vive con ella en su casa y Karla Vanessa murió a la edad de un año ocho meses. A estas fechas, Chayo tiene ocho nietos. El esposo murió el 25 de enero 1996.

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